lunes, 12 de noviembre de 2012

La otra perspectiva del cine europeo

Cada zona del planeta tiene su forma de hacer las cosas. Distintos puntos de vistas proporcionados en base a una cultura, tradición e historia que les hace tener una forma de actuar bastante marcada. Una manera de vivir que se distingue con fácilmente del resto de los habitantes del planeta. Así se puede comprobar en la gastronomía: en España destaca la tortilla de patatas, de Italia cabe subrayar la calidad de su pasta, así como los orientales cocinan todo tipo de recetas con su principal materia prima: el arroz. Cada lugar tiene sus maneras de proceder en los campos de la vida. El cine no es una excepción.

Al igual que el cine japonés se sustenta notoriamente de sus leyendas como los monstruos kappa, así como del paso fílmico de sus cómic manga, en Norteamérica, residencia del principal motor de la industria cinematográfica, Hollywood, la creación anda por otros derroteros.

Aunque a la hora de hablar de cine tengamos siempre en mente a los proyectos ejecutados por americanos, resulta irónico comprobar lo que es el devenir de la Historia. Sin ir más lejos, probablemente les resultara harto complicado a los hermanos Lumière considerar aquel lejano 28 de diciembre de 1895, que su invención traspasaría el Atlántico en busca de un mejor cobijo donde arroparse. En un principio, el papel de Europa en la Historia del Cine resultó relevante. El cine actual no sería tal y como lo conocemos de no haber existido cineastas de la talla del alemán Friedrich Wilhelm Murnau con su aclamada obra Nosferatu en 1922, Robert Wiene, el autor de El gabinete del doctor Caligari o Georges Méliès y su Viaje a la luna que aún a día de hoy resulta de lo más curioso de observar.

Por todos estos antecedentes, podría decirse que el cine europeo jamás estuvo quieto o pasivo, en barbecho. Se trato de un cine en sus orígenes experimental, que jugaba con las sombras y anhelaba representar en el celuloide nuevas formas de expresarse. El "problema" llega cuando las cámaras llegan a puerto americano.

Terreno por excelencia de inmigrantes, al ser estos rechazados en la mayoría de trabajos y actividades ociosas de cualquier tipo, de los pocos rincones que les quedaban a los no nativos eran las salas de cine. Por otra parte, las películas eran mudas, a pesar de contar con acompañamiento musical que amenizara y pusiera en contexto al espectador. Este cotidiano pero sustancial hecho, fue precisamente el factor decisivo que ayudó, a que los extranjeros fueran a ver las proyecciones. Si no hay nada hablado, no hay nada que traducir. Así, les bastaba con contemplar las imágenes en movimiento para enterarse de las por aquel entonces simples historias que se contaban. El éxito de este mundo comenzaba a notarse.

El famoso inventor Thomas Alva Edison, visionario nato, se apoderó de los derechos de la rudimentaria máquina que recogía las imágenes en movimiento, controlando la patente en gran parte de los Estados Unidos. A aquellos que osaran quebrantar el manto de terror impuesto por el genio, debía emigrar a alguna zona lejana que no se encontrase bajo su tutelaje. El poblado de Hollywood sería el marco idóneo: pequeño y soleado, pero sobre todo lejos de las garras de Edison, era el lugar adecuado para comenzar una carrera en el mundo del espectáculo. Las majors y las minors no se harían de rogar, proliferando así, pese a sus tiempos de crisis, el mundo del cine de la forma que en la actualidad conocemos.

Europa mientras tanto mantenía el ritmo como se lo permitía la situación, pero desbancada de pleno por el tsunami americano. Algunas ideas como La historia interminable, fruto de la asociación de capital de varios países, no dieron el resultado esperado. Europa se encontraba en una situación paupérrima en comparación a sus brillantes orígenes.

En el desdoblamiento de corrientes artísticas ya citado, se puede comprobar la vertiente europea, que iba por unos derroteros no definidos (que le causarían el consecuente descalabro en taquilla) y la americana, que prácticamente desde su origen mostraba su lado más puramente comercial. Ironías de la vida y la Historia, la única oposición a esta comercialización de las películas procedería de la asociación United Artists, conformada por estrellas tales como Charles Chaplin que precisamente se podían permitir salirse de lo establecido por la fama obtenida en el sendero de lo convencional. Una de las licencias más importantes y curiosas con la que contaría esta unión sería la serie de animación Popeye el marino una vez UA consumiera a Asociated Artists Productions.

La actualidad no presenta cambios significativos en comparación al pasado expuesto. El cual, por otra parte, no es tan lejano como pudiera parecer. Haciendo una comparativa entre las dos formas de hacer cine imperantes, aunque cada una desde un grado de relevancia mayor o menor que el otro, se puede percibir un pequeño pero muy significativo listado de diferencias, disparidades entre los dos ejemplos. Si hay que atenerse al cine americano en primer lugar, una palabra se alza como clave que la define: comercial. No hay otro término que recoja con mayor fidelidad y sencillez lo que el director norteamericano busca. Las películas rodadas en aquel suelo, ahondando en mayor profundidad en sus características, presenta una serie de rasgos propios que no se pueden tomar a la ligera. La primera de éstas se concentra en el espíritu que ronda a toda superproducción de tamañas proporciones: las ansias por entusiasmar al público, por agradar a las gradas. El guion recoge esta función a pies juntillas: por mucho que se tuerzan las cosas, por muy funesto que se atisbe el horizonte, tarde o temprano llega una solución que arregla el desbarajuste. Del más recóndito de los lugares surge la mayor de las esperanzas. Cuando parece que Will Turner va a perecer para siempre, Jack Sparrow logra cogerle la mano y hacer que sea el moribundo personaje el que apuñale a David Jones, otorgándole una breve pero provechosa estancia en tierra firma cada diez años. Por otro lado, tenemos la interpretación de los actores en sus correspondientes papeles. Hay auténticos profesionales que logran ensimismarse de una forma abrumadora en el personaje que deben interiorizar. Viggo Mortensen no tiene rival a la hora de realizar su actuación como Sauron en la trilogía (en breve ampliada con el estreno de El Hobbit) de El señor de los anillos. Pero no es lo común. Son pequeños guiños o instantes donde el realismo decae. No se trata de una interpretación negativa a lo largo del filme, de lo contrario la industria del cine americana sería un fracaso. Estas fallas consisten en pequeñas incongruencias corporales que implican ser un profesional de cabo a rabo para poder solventar con un rotundo éxito. Escenas en las que se ha de llorar o besar, en el conglomerado de las ocasiones se recurre al forzamiento facial, seguido del acto de taparse la cara con las manos. Los besos se puede fijar la vista con detenimiento para descubrir que no están más que superpuestos. En la vida cotidiana no se procede a actuar de esa forma tan mecánica. Otro de los factores a tener en cuenta, aunque normalmente se pase por alto, es la iluminación. Es cierto que ayuda a meter al que visualiza en situación. Puede resultar muy chocante que el protagonista acuda a un entierro y el día esté soleado. Normalmente se recurre a una baja iluminación para los momentos tristes, a una de gran intensidad para los alegres, y a la escasez de la misma para los thrillers. Aunque resulta de gran utilidad, no debiera utilizarse por costumbre este recurso, pues se puede producir un efecto de déjà vu en el crítico que vea la escena. De repetición. Una sensación de "otro momento feliz".

Todo lo antes comentado, marcan las pautas que sigue un cine donde la máxima es satisfacer al público, que éste se encuentre satisfecho al encontrarse con una historia bella y que acuda en breve a ver la siguiente película que el director le tenga hecha para él. Siempre se encuentra el espectro de películas que se salen de la norma como la reciente Origen, o las conocidas "películas de autor", entre los que destacan Peter Jackson o el propio Christopher Nolan. Pese a todo, aunque el envoltorio es distinto, y el contenido tenga otro sabor, lo que subyace es un producto similar: una capa de superficialidad, de irrealidad, que dista al espectador de los protagonistas de la historia. No se trata de una particularidad peyorativa. Simplemente, es una de las cualidades inherentes del cine del otro lado del charco.

El cine europeo desde sus inicios ha contado con una categoría y renombre ciertamente inferior al de su vecino americano. No cabe lugar a dudas que esta circunstancia, acompañada de la mano del factor histórico tan pesimista que ha abundado a lo largo del pasado siglo y el actual al viejo continente, ha hecho que los derroteros de sus producciones se desbanquen plenamente de lo comercial, de lo oficial, para ofrecer otra perspectiva diferente. La presencia constante de guerras como las dos mundiales que azotaron Europa o la civil española en el siglo pasado, acompañada de la crisis económica que desuela países como Grecia o Portugal, hacen que el espíritu que abunde en el continente sea ampliamente pesimista en comparación a los dominios de Obama. Con un entorno tan destructivo, con tantas historias desoladoras alrededor, ¿quién tendría ganas de creer en cuentos de hadas con finales felices? La representación del séptimo arte en Europa es más simbólica, con más carga emocional. Así lo dejaba ver Gonzalo García Pelayo en la presentación de su película Frente al mar dentro del programa de la novena edición del Festival de Cine Europeo de Sevilla: "Frente al mar me encantó rodarla por la naturalidad de los entornos. Los personajes se sentían tranquilos, actuaban como ellos creían. La crítica decía que en las escenas en las que hacían el amor parecían muy reales. ¡Y tanto que lo eran, si es que realmente lo estaban haciendo! Lo que quería lograr es que todo fluyera normalmente, que se viera como en la historia todos los personajes aceptaban el intercambio de parejas de buen agrado, que la duda viniera cuando las nuevas parejas fruto del intercambio iban a la playa a pasear, pues ese era el momento en el que se sabía que ahí había un sentimiento más profundo que la atracción". El tratamiento del amor (o de la ausencia del mismo en el caso de la película de Pelayo), posiblemente el mayor asunto a tratar de la humanidad, el cual ha recibido la mayor cantidad de obras fílmicas y literarias a lo largo de la existencia del planeta, se elabora a través de un procedimiento distinto. Este tratamiento no sólo consiste en el hecho propio de que en el cine europeo el desamor forma parte de esta emoción, no es algo excluyente como en el cine comercial. Los europeos, dentro del pesimismo que les envuelve, citan el amor en ocasiones como algo bello y digno de alcanzar, tantas veces como lo destierran y lo hacen tambalear ante la posibilidad de que sea algo realmente positivo, mostrando el lado más oscuro y triste del estado del enamoramiento. La música es una constante igualmente en el cine de protocolo. No hay que equivocarse: el acompañamiento musical ayuda a crear ambiente, a intensificar las emociones que la parte visual está enseñando, además de tratarse a veces de auténticas delicias auditivas. Compositores como John Williams elevan las partituras a estratos tan inimaginables de calidad que sería justo crear un concurso aparte de los Oscars exclusivamente para las composiciones musicales. A pesar de la belleza de la música en las películas, en muchas ocasiones se hace un mayor énfasis en su presencia para suplir la falta de efusividad en la secuencia que se está realizando, por la citada falta de naturalidad, al tratarse de un artificio si se observa con detenimiento. Una de las más conocidas escenas de la historia del cine carece de sentido si se le quita el volumen al reproductor. Los europeos más cercanos al negocio también presentan esta característica. No obstante, aquellos que hacen títulos más individualistas no cuentan con este soporte extra para transmitir las sensaciones buscadas. Son menos estéticos formalmente hablando, y desechan en gran medida, en algunos casos plenamente, del componente musical. Aunque cabe decir que de esa forma se elimina un valor añadido a la película. Incluso en los finales, a nivel europeo puede haber de cualquier clase. Desde finales atípicos, hasta felices, pasando por aquellos agridulces. Los cineastas americanos eligen igualmente el final que más les plazca, pero la variedad de situaciones finales es realmente más reducida. Por norma general, se prefiere un "the end" que deje con un buen sabor de boca, aunque no sea el que más acorde vaya con el tono de la película. Aunque no sea incluso el que espera y/o desea el público.

Estas conclusiones no se desglosan únicamente al observar con detenimiento los productos de un continente u otro. Las propias exposiciones de los autores de los proyectos, así como sus respuestas a las encuestas, se responden por sí solas. En la rueda de prensa de su película Recoletos arriba y abajo, Pablo Llorca expuso su intención de remarcar la idea de que él nos mostraba la vida de dos de las personas que vivían en ese bloque de edificios de recoletos, pero que da pinceladas pequeñas de la personalidad del resto de personajes para dar a entender que, aunque no se extrapole en esta cinta, cada persona tenía su propia historia. De la cual se podría hacer películas individuales. He aquí un ejemplo del trasfondo que los directores guardan en sus mentes creativas.


Dejando a un lado las características a la hora de analizar meticulosamente las filmaciones, como catador último y ente soberano que es el público, se trata precisamente de éste el que tiene la última palabra a la hora de cuestionar y percatarse la línea o sendero que sigue cada forma de hacer cine. Como mera selección y muestra de alguna de las personas que acudieron al centro neurálgico del cine europeo de los últimos días, el Festival de cine Europeo de Sevilla, un par de testimonios que comentan su parecer del cine europeo en base a lo contemplado durante la semana pasada.


Todas aquellas personas que se han acercado de un modo u otro al cine europeo, tienen la misma impresión. Es cuestión de gustos que atraiga más el cine americano o el del continente europeo, pero las conclusiones que resaltan son más o menos parecidas. Un cine sobrio, menos estilizado a un nivel exagerado en comparación al comercial. Duro, realista y cercano, se aleja lo más posible del artificio de belleza que intenta transmitir el comercio del cine. Una forma de rodar en la que todo es bonito, atractivo, pero al quitársele el baño de oro se queda un producto tan parecido como los demás a nivel de guion y otros factores. El otro es más negativo, pesimista, no apto para la colectividad de la sociedad, pues no todo el mundo va al cine con la predisposición a que se le muestre desdichas. Hay quien simplemente va al cine para alegrarse un día que prometió ser opaco y gris. A ese público, por muy poco cinéfilo que sea, no se le puede negar el acceso a las bondades del cine. Por mucho que carezca de criterio de auto-crítica para regularse.

En definitiva, el cine europeo a grandes rasgos está más enfocado a un público exigente, que busca historias reales del día a día, con encuadres imposibles y un descenso en la calidad visual en ocasiones ciertamente palpable. Una forma de proceder más cercana que envuelve al que acude a su visionado de manera fulminante. Para encantarlo o para hacerlo levantarse de la butaca al no soportar lo que se le ofrece. El cine americano es uno cuyo fin último es hacer taquilla. Destinado por tanto al grueso del colectivo social, se trata de un cine que aporta mayormente alegrías, con una puesta en escena impecable gracias a la alta calidad de los equipos y efectos especiales, que cuenta con una carga emocional y psicológica muy descafeinada, haciéndose así accesible a cualquier tipo de persona, sea cual sea su nivel cultural. O ganas de pensar. Todo ello fruto de la ensoñación que aporta el ideal del "American Way of Life", aquel que permitía soñar con los bienes preciados, donde se prometía que se podría conseguir todo cuanto se propusiera.

No puede ni debe hablarse de un cine mejor o peor. Cada uno está enfocado a un tipo de espectador, con el objetivo de que cada uno, que dependiendo del momento en el que le coja, opta por ser más íntegro o más sencillo en cuanto a las artes escénicas. Para gustos colores. Para momentos, cines distintos.


Fuentes:

- Espectadores del Sevilla Festival de Cine Europeo.

- Visionado de las películas expuesta en los enlaces.

- Visionado de películas, en general, de ambos sesgos.

- Presencia directa en el Festival de Cine Europeo.

- http://www.cineuropa.org/p.aspx?t=index&l=es

- Audio y vídeo realizados por Salvador Belizón Campaña

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